Lágrimas entre cenizas


Texto editado del orginal de 2016


Hace más de mil años, cuándo la república comenzaba a morir, por la incompetencia del senado frente al avance de la horda, los generales tenían conflictos entre sí, agrupándose en dos facciones al final de los desencuentros y conflictos, republicanos y verenitas. Los últimos, apoyaban a un talentoso y experto general, llamado Véren de Limea.

Durante una batalla, en la orilla del río Mossa, Véren intentó vengar la masacre de Veltraba y ganar el prestigio suficiente, para ser ovacionado por la población. Sin embargo, lejos de los planes de todos que intentaban guardar el orden en la nación, murió a causa de sus heridas y llevó consigo la esperanza que aún existía.

Durante el verano, un joven derrotó a un caudillo de la horda, que provenía del norte, en la costa este, en una ciudad que había sido abandonada a su suerte por la república. El nombre de la ciudad, era Metis, allí había una pequeña guarnición y una gran academia, además de un puerto. Para Adalberto, el jefe de la horda, era un lugar sin importancia. Su hermanastro, pensaba diferente, creía que sería un buen botín, lleno de oro, conocimiento y mujeres. Había escuchado la historia de las sacerdotisas de inigualable belleza, eran khaledianas.

El hermanastro, convenció a uno de los caudillos a marchar hacia Metis, a cambio de seguirle, le daría una mejor parte del botín, que Adalberto. Ese caudillo, era despreciado a veces por Adalberto, por varias razones sus acciones se retrasaban, entre otras cosas. El hermanastro, terminó por convencerlo, al usar el favor de los dioses, al marchar a Metis para obtener una victoria gloriosa, oro de las paredes del templo y mujeres. Agregó al pacto, el entregarle una de las sacerdotisas que eligiera, no tenía intereses en ellas, de hecho, si lo pidiese les entregaría todas, salvo que debía negarse, para no ser tan benevolente y perder el respeto de los demás al favorecer al más egocéntrico. Solo debía tomar a la sacerdotisa principal y conseguir el conocimiento de los herreros, para mejorar sus tierras. Aunque para los khlaedianos, eran constructores, carpinteros, herreros y otros tipos de profesiones, bastante comunes en cada ciudad, solo que debían permanecer cerca de los templos, por una razón bastante simple, según su credo, eran los dioses quienes inspiraban a los artesanos, además de contar con el agua, para limpiar sus almas. El agua era fundamental, por eso construyeron esa ciudad cerca del río, simboliza muchas cosas y por otro lado, la zona de cultivo, era inundada cada año.

La nueva horda partió sin la aceptación del líder, Adalberto, actuando de modo torpe, desde el punto de vista de los defensores, que veían las columnas de humo de los saqueos, durante tres días. La guarnición usó ese tiempo para organizar la defensa, bloqueando las puertas, con madera y tierra, para evitar que el golpe de los arietes, la hicieran ceder rápidamente.

Durante los tres días previos a la llegada, de las tropas enemigas, las fuerzas obtuvieron la ayuda de los estudiantes de la academia. Los tres carros que arrojaban fuego, los jarrones con cal viva y las nuevas catapultas, hechas para disparar rocas, de forma rápida, sirvieron para tirar abajo las torres improvizadas y asustar a los defensores en su carpas, durante el asedio.

Al final de la batalla, los caudillos y sus tropas, fueron masacrados. Era temporada de inundaciones, lo que significaba, que estaban atrapados entre la ciudad y los campos inundados.

Los relatos de los navegantes, muchas veces exgerados acerca del joven, devolviendo la esperanza a los verenitas, que rápidamente se unieron a las filas del héroe, sobre todo para evitar las persecuciones del ejército republicano.

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